El poder que ha secuestrado al país se esfuerza para obtener legitimidad y acallar las voces que en la comunidad internacional los señalan, quieren desviar la mirada del mundo para impedir a la Corte Penal Internacional actuar e impartir justicia, en cumplimiento de esa estrategia han fabricado un festival electoral para abrumar los sentidos, mostrar variedad y repartir la torta, sin perder el control de la cuerda, ni del palo de la piñata, el cuchillo y/o platos de la torta.
La realidad antes expuesta abre un dilema a los venezolanos, por un lado, el asumir una posición en defensa de la justicia y dignidad de los nadie que permita visibilizar su humillación y lucha; por el otro, defender la impunidad y cultura criminal que pretende imponer el usurpador con ese proceso electoral el 21N, la posición ante este dilema que asuma cada venezolano, no solo definirá su condición moral, también definirá el futuro cultural del país.
Aquellos que opten por no participar de la farsa electoral estarán elevando su voz al mundo, emitiendo un mensaje de resistencia y lucha por dignidad y justicia, su silencio será un grito de esperanza en defensa del ser venezolano, de la honestidad y necesidad de rescatar un país con valores en procura de la libertad y el bien común; por el otro lado, aquellos que participan del festín electoral, ante la notoriedad de la naturaleza criminal del régimen y del padecimiento de la nación venezolana, se hacen cómplices de esta organización criminal, favoreciendo el despotismo, la violencia, la destrucción de la república y la continuidad de un sistema donde la movilidad social y el bien común no deviene del mérito individual en el esfuerzo que representa su educación, talento, voluntad y trabajo; más si en la complicidad, pertenencia, silencio y sumisión ante el régimen.