“Quebrada de la Virgen” es un punto casi anónimo en el mapa. Una pequeña zona cercana a Los Teques, poblada de bosques, riachuelos y algunos sembradíos. Allí, bajo cielos mudos surcados a veces por el relámpago negro del gavilán, está situada una amplia casa de retiro en la que empezó la aventura espiritual que estos poemas transcriben y -así lo creo y quiero- relatan. Aquella experiencia interior se prolongó después en las calles de Caracas; pero su pulpa recóndita pertenece íntegramente a la geografía serena de “Quebrada de la Virgen”. Por eso este libro, escrito en gran medida cuando mi cuerpo ya no estaba allí, lleva en su título el nombre de aquel sitio, donde tuve la brusca sensación de ser diáfanamente feliz.