Oleksandr había llamado a voces a Daniil, quien le había dicho que estaba bien. Pero cuando el niño comenzó a ponerse de pie, Oleksandr se dio cuenta de lo gravemente herido que estaba.
«Vi que tenía metralla en todo el cuerpo y sangraba mucho», señaló.
Los tres fueron trasladados a diferentes hospitales.
«Durante los primeros cuatro días no sabíamos quién estaba vivo y quién no. No registraron el nombre de mi hijo cuando ingresó en el hospital», dijo.
Finalmente, la familia se reunió y fue llevada a Kiev para recibir tratamiento.
Daniil tenía trozos de metralla en la cabeza que fueron extraídos, pero los trozos alojados en la espalda todavía están allí. Los médicos dicen que sería demasiado doloroso extraerlos ahora mismo. El niño tiene múltiples heridas y fracturas en la pierna. No está claro cuándo podrá caminar.
La mayor parte del tiempo está alegre, pero deja escapar pequeños gritos de dolor cuando una enfermera viene a inyectarle un medicamento.
«Él le cuenta a las enfermeras del hospital los detalles de cómo estábamos todos cubiertos de sangre. Lo recuerda todo. Pero se culpa a sí mismo. Justo antes de que sucediera, le dije que bajara al sótano con su madre. Pero insistió en salir a verme. Le he explicado que no es su culpa», comenta Oleksandr.
Asegura que tras el inicio de la guerra, Daniil empezó a hacer muchas preguntas.
«Cuando había disparos, preguntaba ‘¿Papá, quién dispara ahora?’. Yo decía ‘los nuestros’. ‘¿Y ahora?’, preguntaba. Le decía ‘son nuestros hombres los que están siendo atacados’. Por la noche, veía tanques en sus sueños. Cuando las bombas caían del cielo, se despertaba asustado. Pero a pesar de todo, todavía se divertía. Sin embargo, después del ataque, ha cambiado drásticamente», dice Oleksandr.
Incluso aquellos que lograron huir físicamente ilesos, tienen cicatrices de trauma psicológico.
Ilya Bobkov, de 13 años, escapó junto con su familia de Bucha, en las afueras de Kiev, que estuvo bajo control ruso durante semanas.