Kant se interroga sobre qué podemos conocer del pensamiento para conocer algo sobre el «yo» que piensa. Recapitulando, las representaciones forman parte de lo fenoménico. Por ese motivo, podemos conocer algo de ellas y construir intuiciones.
Del «yo pienso» no hay experiencia alguna, porque no lo percibimos por los sentidos. Pero, aun así, tenemos una cierta intuición de que pensamos. Parece una intuición «pura», sin experiencia sensible previa. No se puede tocar, ni oler ni sentir de ningún modo al «yo pienso». Es por eso por lo que podemos pensarlo, pero no podemos conocerlo: «Pensar un objeto y conocer un objeto son, pues, cosas distintas».
La posibilidad de obtener un conocimiento cierto, que no se base en una mera especulación, es el motor fundamental de la obra de Kant. Por eso, la distinción entre pensar y conocer es central en su pensamiento. Con el conocimiento cierto se puede hacer ciencia, y el objetivo de La crítica de la razón pura es establecer, precisamente, los principios por los que la filosofía puede ser una ciencia.
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